CAPÍTULO 15 – Un día a la vez

Los debates internos se convirtieron en mi día a día: un día quería todo contigo, al otro nada. Un día no me atrevería a lastimar a Dalia, al otro moría por verte a escondidas. Todas las canciones que escuchaba me sabían a ti, y toda mi inspiración llevaba escrito tu nombre. Sin que me diera cuenta, te habías vuelto dueña de mis suspiros y mis desvelos.

En los mensajes que intercambiábamos, tú actuabas como si nunca me hubieras dicho lo que dijiste, y yo te seguía el juego. Prefería seguir construyendo nuestra fantasía, con la ilusión de algún día conquistarte de verdad, de arrancarte a Laura de la mente. A fin de cuentas estaba claro que no eran la pareja más feliz del mundo; si lo fueran, no seguirías siendo mi amante.

Te escribí en mis poesías, reescribí nuestra historia cientos de veces. Te hice canciones a ti y me hice canciones a mí, para recordarme la importancia de vivir un día a la vez. Sólo a través de las letras podía acceder a la cordura.

Qué voy a hacer
para sacarla de tu corazón
me inventaré
una manera de ocuparlo todo yo
Qué tan egoísta es
querer lograr que me necesites
ser eso que sueñas
lo que siempre en tu vida quisiste

Ahuyentaré
los fantasmas que ella dejó
me meteré en cada cicatriz
para curarle su interior
No te vaya a sorprender
que de repente me necesites
que, sin darte cuenta,
ya tus días se vuelvan felices

Voy a ser yo
la que te enseñe a vivir sin dolor
no, no hay razón
para que sufras si aquí tienes mi amor
Voy a curarte el alma,
beso a beso, poco a poco
para siempre
un día a la vez

A un mes de habernos visto por última vez, un mensaje tuyo disipó mi ansiedad por volver a perderme en tus ojos de universo: me invitabas a comer al aeropuerto. Tenías una escala de un par de horas antes de tu vuelo de regreso a casa. Se dibujó de inmediato en mi rostro esa sonrisa que tanto extrañé y salí corriendo de la oficina para encontrarme contigo.

El camino en metro era largo pero mi sonrisa no se desvaneció. De hecho creí habérsela contagiado a más de una de esas personas poco comunes que miran a los extraños a los ojos.

Crucé el aeropuerto entero para encontrarte en la zona de comida rápida y en cuanto vi tu pelo rojo, me sentí en casa. Nos abrazamos como siempre, como si fuera la primera vez y después de respirarme en el cuello me entregaste una pequeña bolsa blanca.

— Lo vi y pensé en ti, espero que te guste — dijiste sonriendo mientras me veías abrir la bolsa y extraer el regalo.

Era un disco de Jason Mraz, «Beautiful Mess Live on Earth».

— ¡Este no lo tenía! — respondí emocionada, inspeccionándolo. — Gracias — lo sostuve contra mi pecho antes de guardarlo en mi bolso.

— Mira qué suerte, se acaba de desocupar esa mesa — señalaste y caminamos juntas hacia ahí.

— Ese restaurante está muy rico, no sabía que había sucursal aquí. Te recomiendo los taquitos de jamaica o las enchiladas suizas — señalé un mostrador que tenía escrito La Buena Tierra en un letrero verde.

— ¿Me quedo apartando la mesa mientras pides? — sugeriste.

— Claro, sólo dime qué quieres.

— Sorpréndeme — respondiste, y lo tomé como un reto.

Me acerqué al mostrador para pedir tres platillos para compartir, suponiendo que alguno tendría que gustarte, y no me equivoqué. Definitivamente eras una persona de enchiladas, mientras que la ensalada apenas la tocaste. Era mi ensalada favorita, así que no tuve problema en acabármela y dejarte el platillo que te había gustado para ti sola.

Mientras comíamos con gusto, platicamos de todo y de nada, nos reímos bastante, y en algún momento me di cuenta que el murmullo de la gente desaparecía si me concentraba en tus palabras. El reloj parecía tener una prisa inusual. Las tres horas de tu escala se sintieron como 20 minutos. Solías tener ese efecto en los relojes.

— Creo que ya debería entrar, no tarda en comenzar el abordaje — dijiste con tono suave, anticipando mi decepción.

— ¿Y si mejor te quedas? — propuse sin pensar.

— Estás loca, ¿dónde me quedo?

— En mi depa, Cynthia no está en la ciudad.

— ¿Y Dalia?

— Pues no vivimos juntas, ella renta con roomies.

Una sonrisa cómplice se dibujó en tus labios. Sin pausar, rodeaste mi cuello con tu brazo para caminar abrazadas.

— Sólo tengo que ver qué onda con la maleta. Como es vuelo de conexión no me dejan sacarla.

— Seguro con una llamada a la aerolínea se resuelve — dije con toda seguridad.

— Sí, una llamada y un nuevo vuelo para mañana. — soltamos una carcajada al unísono.

En el uber de camino al depa llamé a Dalia para explicarle que no volvería por la tarde a la oficina, tratando de ocultar mi sonrisa. Como era de esperarse, esa vez sí hubo preguntas.

— ¿No iban solamente a comer?

— Sí, pero le cancelaron el vuelo y vamos a aprovechar para componer una canción.

Por su tono de voz, supe que había percibido la mentira, pero no siguió indagando, así que no le tomé importancia.

Tu gesto cambiaba cuando me escuchabas hablar con Dalia. Esa mirada tuya que, con mucho esfuerzo, había aprendido a descifrar evidenciaba tus celos, esos que no querías aceptar. Suspiraste y no dijiste una palabra más hasta que llegamos a nuestro destino.

— A las 11am es el vuelo, salió a buen precio

— Excelente, no tenemos que madrugar

Aún no terminaba de pronunciar esas palabras cuando te acercaste a mí y acariciaste mi mejilla y mi barbilla con tu mano tibia. Me clavaste el anzuelo de tu mirada y me besaste como nunca. Me fuiste empujando con la fuerza de tus besos hasta el comedor, donde pude recargarme en la mesa y responder tus besos y caricias con la misma energía.

Agitada, te separaste de mí y preguntaste «¿Está bien esto o quieres componer una canción?».

Con mis manos en tu cuello te acerqué de nuevo a mí y nos besamos hasta que se cansaron nuestros labios.

La tarde comenzaba a pintarse de naranja cuando nos sentamos en la sala y, poniendo una guitarra en tus manos, te pedí que me cantaras una canción. Ese mismo escenario había sido testigo de nuestro desastroso primer encuentro meses atrás y quería reivindicarlo.

Cantaste un par de canciones ante mi mirada estupefacta y acto seguido, te quedaste callada y pensativa. En cuanto pude reaccionar, te pregunté qué pasaba.

— Siento que en cualquier momento llega Dalia — dijiste enmedio de un suspiro.

Traté de calmarte diciendo que no tendría por qué llegar, pero entendía tu ansiedad, yo misma me sentía igual.

La música nos ayudó a relajarnos. Pasamos dos o tres horas cantando canciones, componiendo y descomponiendo, olvidándonos del mundo y tejiendo sueños con nuestras voces entrelazadas.

En el momento exacto en que el primer bostezo apareció en tu rostro, tocaron a la puerta. Nos miramos por un momento, esbozando las dos el mismo gesto de extrañeza. Me incorporé y me acerqué lentamente a la entrada. Abrí la puerta y, del otro lado, Dalia anunció su llegada.

— ¡Hola! Ya llegué — noté que su sonrisa era fingida — ¿cómo va esa canción? — preguntó mientras me daba un abrazo.

— No creo que la terminemos hoy, ya tengo bastante sueño — te apresuraste a responder mientras te incorporabas — ¡Hola! — le devolviste la sonrisa fingida y le diste un beso en la mejilla. Después te dirigiste a mí — ¿me enseñas dónde me toca dormir?

— Claro — te respondí y miré a Dalia

— Dale, yo también vengo muerta de cansancio, te espero en el cuarto — concedió

Nos apresuramos a subir por la reducida escalera de caracol y te conduje a la habitación de Cynthia que, para mi sorpresa, estaba mucho más ordenada de lo habitual. Cerré la puerta detrás de nosotras.

— Te toca la cama más grande del depa — intenté aligerar la situación.

— Y yo solita pa’ qué la quiero — murmuraste con decepción

— Perdón, no quería que la noche terminara así

— Te dije que iba a llegar. No te preguntó nada cuando le llamaste en la tarde. Muy sospechoso

— Parece que tienes todo muy claro en estas situaciones

— No, Anya, pero me impresiona que tú que lees tanto a la gente no lo vieras venir

— ¿Me perdonas?

— No es tu culpa, las dos decidimos ponernos en esta situación

— No quiero que sientas que no valió la pena que cambiaras tu vuelo

— Eso ya valió la pena hace horas, en el comedor

La conversación fue pausada y silenciosa. Acostadas las dos en extremos opuestos de la cama, sin tocarnos un pelo, temerosas. Sin darnos cuenta había pasado ya casi una hora desde que te conduje a la habitación. Decidí que era momento de ir a mi cuarto y enfrentar a Dalia.

Te deseé buenas noches con un beso en la frente y caminé cabizbaja hacia la puerta. Cuando estaba a punto de tocar la perilla para girarla, sonaron unos golpes del otro lado. Abrí la puerta y vi a Dalia mirándome fijamente, con los ojos rojos, como si hubiera estado llorando.

— ¿Vas a tardar mucho? — me preguntó con voz fracturada.

— Justo estaba saliendo para alcanzarte, vamos.

No estaba lista para lo que fuera que me esperara en la otra habitación (nunca se está lista para romperle el corazón a tu mejor amiga), pero estaba dispuesta a afrontar cualquier cosa. O al menos eso creía.

Entramos al cuarto en silencio, me puse la pijama con prisa y me metí a la cama. Dalia hizo lo mismo.

— ¿Y qué tanto hicieron?

— Estuvimos platicando y cantando. Intentando componer algo, pero no salió nada rescatable. Ya sabes cómo es esto.

— Mmm

Me dio la espalda sin preguntar más y en segundos me quedé dormida. Creí escuchar su llanto entre sueños.

Recuerda que puedes apoyar este proyecto en patreon.com/karmenparroquin y obtener recompensas exclusivas (por ejemplo, los capítulos del mes impresos, intervenidos con dibujos y garabatos, y dedicados para ti).

Deja un comentario