CAPÍTULO 16 – Nadie me arranca de la boca los besos como tú

Cada concierto y cada viaje que hacías se convertían en una nueva oportunidad para vernos. Sólo debías levantar el celular e invitarme; sabías que yo estaría ahí. El pretexto de compartir el escenario era lindo y  suficiente, nos permitía ignorar un poco la culpa, tener algo verosímil que decirle a Dalia y a Laura, además de que obteníamos lo que queríamos: pasar tiempo juntas, y una experiencia más para atesorar. Tú y yo sobre un nuevo escenario, convertidas en canción. Tras cada prueba y acierto, la fórmula se fue consolidando.

Nunca lo discutimos, no planeamos que así serían todos nuestros encuentros, pero supimos reconocer el camino que se nos trazaba delante, y ni tú ni yo estábamos dispuestas a desaprovecharlo. A fin de cuentas de eso se trata el destino: de ver las oportunidades y reclamarlas.

Yo reclamaba cada oportunidad para verte, y así pasaron los meses, en idas y venidas llenas de ti, de música, de nosotras.

Aquel día de agosto, el primer rayo del sol a través de mi ventana me arrebató de un sueño inquieto en el que componía una canción. En las pocas ocasiones en las que había tenido la experiencia de conocer una canción nueva a través de un sueño, estas resultaban ser una sucesión de notas sin el menor sentido melódico cuando intentaba tararearas al despertar, pero en esa ocasión fue diferente. La melodía y la letra de mi sueño se me pegaron como un chicle en alguna parte de mi cerebro; en cuanto desperté pude cantarla claramente:

Nadie como tú me lleva al borde de la desesperación
Nadie como tú me lleva a la cúspide de la pasión
Nadie como tú me hace sentir que estoy loca
Nadie me arranca de la boca
los besos como tú

Alcancé mi libreta y comencé a escribir lo que los residuos de mis sueños me iban dictando. Escribí lo más rápido que pude, para no perder ni una palabra y acto seguido, me enfrasqué en la hermosa tarea de buscar en el brazo de mi guitarra la armonía que escuchaba tan claramente en la parte trasera de mis oídos. Tras grabar verso y coro en una nota de voz en mi celular, solté un suspiro, sintiéndome la persona más afortunada del mundo, tocada por el cielo o por otra dimensión.

"Tengo que contarle esto a Mariana", pensé. Eras lo primero en lo que pensaba cada vez que cobraba conciencia de mi existencia, todas las mañanas.

— ¡SOÑÉ UNA CANCIÓN! Buenos días. — escribí, con muchos emojis representando mi euforia.

— Genial. Apenas ando abriendo el ojo, espérame un poco.

Siempre contestabas mis mensajes de buenos días en cuanto los recibías, y yo lo valoraba muchísimo, pues sabía que no eras una persona de madrugar, sino más bien de dormir hasta medio día.

— Listo, ahora sí. — escribiste unos minutos después y, respondiendo directamente al mensaje inicial,— Wow, ¿cómo es posible?

— No sé, es la primera vez que me pasa tan intenso. Sólo la soñé y ahora la grabé y sí está buena. ¿Quieres escucharla?

— Claro, pero, ¿y si mejor me la cantas en persona?

Esas movidas misteriosas tuyas nunca fallaban en acelerarme el corazón. Me emocionaban y me intimidaban.

— Te la canto cuando me la pidas. — Respondí.

— Entonces este fin de semana.

— ¿Qué hay este fin de semana?

— Un evento privado. Fiesta de un amigo. Lo convencí de que te contratara también… Claro, si es que puedes.

— ¡Puedo! ¡Qué emoción! La verdad es que sí me urges un poco.

— Nos la vamos a pasar bien. Tiene caballos.

— Qué bonito. ¿Dónde es?

— Estado de México. ¡Invita a Cynthia! Dany y Aníbal ya se apuntaron.

Tan pronto como leí esa línea, corrí al cuarto de Cynthia y toqué a su puerta con desesperación. Escuché un «Pasa» ahogado entre las almohadas y entré a toda velocidad a proponerle irnos de viaje de nuevo. En cuanto escuchó la propuesta se incorporó y tomó mi celular, emocionada.

—¡Obvio vamos! ¿Cuándo, dónde? — Exclamó, con los ojos más abiertos y brillantes que le había visto jamás a esas horas de la mañana.

Se me pasaron cuatro días con la mente firmemente anclada al plan del sábado y, cuando por fin llegó el día, volví a sentir esa emoción adolescente que sólo tú me provocabas.

Esos días en los que sabía que iba a verte eran perfectos. Así el mundo se estuviera cayendo a pedazos, yo siempre encontraba la manera de ver el lado positivo a cada situación. Nada me quitaba la sonrisa de tonta enamorada que se me dibujaba en la cara. Ni siquiera los tres trenes del metro que perdimos Cynthia y yo fueron capaces de mitigar mi emoción ese sábado.  Seguramente habría un evento importante en la ciudad, todos los vagones iban llenos, casi a reventar. Pude ver el gesto de hartazgo en el rostro de Cynthia, pero en mi mente sólo había aves cantando tu nombre bajo un sol resplandeciente.

Se nos hizo un poco tarde pero, en cuanto pusimos un pie en el aeropuerto, todo pareció estar perfectamente sincronizado. Tú venías apenas saliendo por la puerta A1, con esa melena roja que me volvía loca, y Dany y Aníbal se materializaron de la nada en ese mismo instante.

Te saludé con un abrazo fuerte, intentando inmortalizar esa magia que tienen los abrazos de aeropuerto, y pensé en todas las veces que te había atrapado entre mis brazos en ese mismo lugar. Me pareció un lindo ritual que, sin querer, ya habíamos instaurado entre nosotras.

—Hola, guapa. —dije en tu oído. Sonreíste. —¿Qué tal el viaje?

—¡Todo bien! Mi maleta fue, literalmente, la última en salir a la banda.

Cynthia y yo nos reímos de tu desgracia, y Dany y Aníbal se unieron a la conversación.

—Dice Ricky que ya está afuera. —Dijiste unos minutos después, con la mirada puesta en el celular.

Ricky era tu amigo de la fiesta. Nos subimos a su Suburban blanca, y una hora después ya estábamos en el sitio del evento, un espacio abierto que parecía infinito. Como prometiste, había caballos. Esa tarde descubrí que me da mucho miedo montar, algo que me parecía que se veía muy fácil, pues a ti se te daba natural.

Comimos pollo rostizado y trozos de papas, con un par de cervezas frías que me hicieron concluir que estaba iniciando una noche que parecía ser perfecta. Después de brindar con los demás invitados, me pidieron subir al escenario. Canté felizmente las canciones que me pedían por más una hora, dejándome llevar por el ambiente familiar que se percibía; en ningún momento me pareció que estuviera ahí por trabajo.

Cuando subiste al escenario para relevarme, noté que las cervezas habían comenzado a colorearte las mejillas. Te veías feliz, relajada por completo. El atardecer te pintó de dorado mientras nos hipnotizabas a todos con tu voz. Supe que esa visión, el cielo rojo y dorado enmarcándote en el escenario, permanecería en mi cajón de tesoros para siempre. Me invadió una emoción y felicidad que no había experimentado en mucho tiempo, solo podía pensar en lo mucho que agradecía ser yo la persona con quien quisiste compartir ese viaje.

La noche cayó en cuanto dejaste de cantar, y una luna gigantesca se posó cerca del horizonte, la luna más grande que había visto jamás, de tono casi anaranjado. La combinación perfecta de esa luna, tu compañía y las coronitas heladas, me hizo sentir eufórica, y percibí que tú estabas también en esa sintonía.

Algo dentro de mí me arrastró hasta la pista de baile y, aunque te negaste a acompañarme, me veías desde lejos con ojos coquetos y esa sonrisa irresistible. De vez en vez te acercabas para decirme en secreto algo como «me gustas», y con eso hacer vibrar cada partícula de mi ser. Disfrutabas verme erizada.

— ¿Me acompañas? — me runruneaste al oído en una de esas ocasiones.

— ¿A dónde?

— Al baño, no me quiero perder — había sarcasmo en tu voz, y una sonrisa que pronto se transformó en una risotada.

Tomaste mi mano y me condujiste a través del campo abierto. Recorrimos una buena distancia hasta encontrar los baños, que estaban cerca de los establos. Tan pronto como cruzamos la puerta, me tomaste de la nuca y me besaste los labios con sensualidad, prisa y deseo. Mi cuerpo te correspondió casi sin mi permiso. Nuestra respiración agitada se sincronizó, los segundos parecían extenderse así, con tus labios en los míos, mis manos tu cabello, tus manos en mi cintura, en una caricia que pronto se dirigió al botón de mi pantalón.

Me separé de tus labios rápidamente, pero solo por un segundo.

— ¡Aquí no! —exclamé en voz baja, justo ahí, contra tus labios. —Espérate al hotel.

Te reíste. Pude saborear tu sonrisa.

La noche era perfecta.

En la madrugada llegamos al hotel junto con Dany, Aníbal y Cynthia, todos aun llenos energía y ganas de convivir. Había dos habitaciones reservadas a tu nombre, pero nos dirigimos todos juntos a la misma donde, unos acostados y otros sentados en las dos camas matrimoniales, platicamos por algunos minutos sobre lo bien que la habíamos pasado ese sábado y lo lindo que era vernos de nuevo.

Vi a Cynthia intentando transmitirme algo con urgencia con la mirada, una pregunta, pero no entendí. Tras un par de minutos de esto, sin obtener respuesta de mi parte, tomó la iniciativa:

— Bueno, creo que es hora de dormir — dijo, dejando caer con fuerza sus manos sobre sus muslos. — Dany, ¿me puedes enseñar cuál es la otra habitación? Vamos a dormir allá los tres, ¿verdad, Aníbal? — Me dirigió una sonrisa escondida. Recordé lo mucho, mucho que amaba a Cynthia.

Tras dar las buenas noches y hacer planes para el viaje de regreso a la mañana siguiente, por fin nos vimos solas. Nos dejamos envolver de nuevo por esa aura de magia que nos había cubierto en aquel baño, junto a los establos. Nos entregamos la una a la otra hasta agotar por completo nuestras energías. Nos dimos todo, hasta la última gota.

Ese domingo amanecimos abrazadas por primera vez.

Recuerda que puedes apoyar este proyecto en patreon.com/karmenparroquin y obtener recompensas exclusivas (por ejemplo, los capítulos del mes impresos, intervenidos con dibujos y garabatos, y dedicados para ti).

Deja un comentario