CAPÍTULO 6 – ¿Estás en la ciudad?

Mudarse a otra ciudad es todo un reto, sobre todo si no conoces a nadie y esa ciudad es inmensa, como CDMX. Sabía que no sería nada fácil, pero era mi sueño desde que salí de la preparatoria: quería hacer música, y sabía que la industria de la música en mi país se concentraba en esa caótica y bellísima ciudad.

Cuando, al salir de la universidad, por fin se dio la oportunidad de mudarme, no lo dudé ni por un segundo.

No me la pasé nada bien esos primeros meses, o en realidad, esos primeros años viviendo en CDMX. Aún así, estar ahí tenía cierto sabor a aventura. Tuve la fortuna de tener una roomie, Cynthia, que venía del mismo lugar que yo, cargando con los mismos sueños en su maleta. Nos hacíamos compañía, nos dábamos ánimos y cumplíamos hasta cierto punto la función de ser un familiar en un mar de desconocidos.

En los meses más difíciles, cuando no podíamos pagar el recibo de la luz a tiempo y nos quedábamos a oscuras, se nos hizo costumbre caminar unos tres kilómetros hasta un VIP’S, donde pedíamos un café, usábamos el internet y cargábamos nuestros celulares, a cambio de los 27 pesos que costaba un café espantoso que, además, incluía refill.

La pasamos mal, pero estábamos juntas.

Fue justamente en una de esas ocasiones cuando recibí un mensaje tuyo, distinto a los de todos los días. Siempre sonreía al leerte, pero esa vez la sonrisa fue mucho, mucho más grande.

— ¿De casualidad estás en la ciudad? — me preguntaste, escondiendo una invitación. No dudé que te refirieras a la CDMX, donde nos habíamos visto ya dos veces antes. La ciudad que nos había permitido conocernos.

— Así es, ¿por?

— Vine a un evento. Creo que es cerca de tu casa, ¿puedes, o quieres venir?

Siempre me pareció que elegías muy bien cada una de las palabras que me escribías, porque siempre me mantenías enganchada. Podrías haberme convencido de cualquier cosa con sólo escribir las frases correctas.

— ¡Claro que sí! Pásame la dirección y dime a qué hora te caigo. — Me sentí llena de emoción, y quise que la notaras, que supieras lo mucho que tenía ganas de verte.

Se me iluminó el día. ¿Quién necesita luz eléctrica cuando un torrente de energía le recorre el cuerpo? Se me olvidó que tenía hambre, deudas y depresión.

Me dijiste que estarías todo el día en el sitio del evento, que podía llegar a la hora que quisiera y así me presentabas a tus amigos. Me pedí un último refill y me lo tomé casi de un sólo trago.

Cynthia se me quedó mirando.

— Anya, ¿qué pasa? — me preguntó. Sacudí la cabeza, traté de contener mi sonrisa.

— Nada, todo bien. Me escribió una amiga, quedé de verla en una hora. Tengo que ir a arreglarme.

— Ok, pues vámonos. — se bebió el resto de café que quedaba en su taza. —¿Se cargó bien tu cel? Acuérdate que no vamos a tener luz hasta dentro de tres días.

Me sentí un poco mal por nosotras por un segundo, pero luego le recordé que podíamos volver por otro café cualquiera de esos tres días.

Caminé los tres kilómetros de vuelta a nuestro departamento a toda velocidad, portando la más grande de las sonrisas que mi cara es capaz de alojar. Cynthia, evidentemente, sentía mucha curiosidad, y no paró de hacerme preguntas hasta que llegamos a nuestro triste y oscuro hogar. Cada una de sus preguntas la evadí como todo un ninja de los interrogatorios, y no le quedó más remedio que resignarse, extrañada por no saber, por una vez, lo que estaba pasando conmigo.

— Bueno, pues ya que no me invitas, me voy a quedar por aquí, triste y sola. A ver si compongo una canción o salgo a caminar o algo. Acuérdate que tenemos una cena a las 10. Bye. — Cerró la puerta de su cuarto de un azotón, como una adolescente emberrinchada. Sabía de sobra que el chantaje emocional no le funcionaba conmigo, pero igual nunca dejó de intentarlo.

Sola, incapaz de contener mi emoción, me encerré en mi cuarto a maquillarme lo más rápido que pude. Quería verme guapa, pero también me urgía llegar hasta ti.

Una vez lista, agarré una chaqueta y mi bolso y salí casi corriendo. La verdad es que estabas muy, pero muy lejos de mi casa, contrario a lo que pensabas, pero no me importó, sólo me impulsó a apresurarme todavía más. Recorrí 18 estaciones de metrobús con la misma sonrisa con la que salí del VIP’S. Me bajé en la Glorieta de Insurgentes y caminé unas cuatro calles buscando el sitio correcto, ansiosa, imaginando que te veía en cada persona que pasaba.

El sol picaba y deseé no sudar para no arruinar mi maquillaje. Te llamé en cuanto creí haber llegado a la dirección que me habías enviado.

—Estoy aquí — dije, sin aliento.

—Ok, ahora mando por ti. —Creí escuchar una sonrisa en tu voz, y, aunque pareciera imposible a ese punto, eso me hizo sonreír aún más.

Minutos después, un muchacho moreno se acercó a mí y sonrió al verme.

— ¿Anya? ¡Hola! Vente, es por acá. — Me mostró amablemente el camino, haciéndome plática casual. Sin escuchar, sin concentrarme, le respondí en lo que subimos unas escaleras con pinta de clandestinas y llegamos hasta el segundo piso. —Mira, ahí está Mariana, —me dijo. Y sí, ahí estabas. Recuerdo pensar que era un extraño lugar para un concierto, pero ahí estabas, y eso lo hacía perfecto.

Respirando profundo, me acerqué a ti. Nuestro saludo estuvo enmarcado en un abrazo largo, fuerte y nervioso. Me sentí borracha con el olor a vainilla de tu cuello.

— Qué bueno que viniste — dijiste, suave. Sentí el corazón latiéndome en la garganta, y luché por encontrar mi voz.

— Gracias por invitarme.

Me sonreíste, y guardé ese recuerdo para revisitarlo cuando ya no te tuviera frente a mí.

Una vez que nos soltamos, te dirigiste a una esquina del salón, donde estaban tus amigos sentados en una sala lounge. Con un gesto me invitaste a sentarme junto a ti y la conversación entre todos siguió como si nada. Por primera vez no me sentí como un bicho raro. Comenzaba a entender tu ambiente y cómo desenvolverme en él.

Pasamos todo el día juntas y, aunque las circunstancias otra vez no nos permitieron estar a solas, sí sentí una mayor complicidad en nuestras miradas. No me cantaste una canción, pero durante toda tu presentación me lanzaste sonrisas que me hacían galopar el corazón.

Se acercaban las 10, mi hora de partir. El lugar de la cena a donde tenía que ir con Cynthia estaba muy cerca, por suerte, así que aún tenía unos minutos para seguir empapándome de tu compañía.

—¿Hoy sí habrá after? ¿qué plan tienes?

No quería separarme de ti.

Acordamos que me alcanzarías más tarde, en mi cena, después de pasar a tu hotel a cambiarte. Así que la sonrisa que me había durado ya todo el día, seguiría adornándome la cara por largo rato más.

Ahora te tocaba a ti llegar hasta donde yo estaba: un sitio muy lindo de hamburguesas y cervezas artesanales, cálido y acogedor. Todo el salón estaba adornado con muchas guirnaldas de luz que me hacían recordar a los restaurantes que salen en las películas. Me imaginé una película de tú y yo en un segundo, soñé despierta toda nuestra historia de conquista y el final feliz: “y vivieron felices para siempre”. Escogí sentarme en un lugar desde donde pudiera ver la puerta de la entrada, para poder verte en cuanto entraras y no perderme ni un segundo de ti.

Llegaste acompañada. Muy comprensible, era de noche y era la CDMX, no esperaba algo diferente, pero eso te impidió entrar en mi ambiente como yo había entrado en el tuyo. Te sentaste con tus acompañantes a cenar en una mesa junto a la mía. Estabas a unos pasos y a la vez tan lejana… pero estabas ahí; eso tenía que significar algo, y yo lo valoré.

Cuando todos terminamos de cenar acerqué una silla a tu mesa e intenté platicar contigo un poco más. No sabía cuándo te vería de nuevo y eso me tenía muy ansiosa.

—¿Y entonces, a dónde nos vamos? Hay bares súper cool por aquí.- Sugerí.

—¡No podemos desvelarnos! -te lamentaste-, mañana viajamos muy temprano, me toca cantar en Puebla… de hecho… ¿no quieres venir?- Se te iluminaron los ojos de la manera más tierna que he visto en mi vida.

Jamás podría decirte que no a algo. Es uno de los tantos poderes que tienes sobre mí.

Cynthia, desde la mesa de junto, se unió al plan y se ofreció a preguntarle a Renata si podía recibirnos en su depa. Al parecer, desde aquel incómodo encuentro habían retomado comunicación y ahora eran muy buenas amigas. Todo pareció acomodarse a mi favor, por fin.

Me pregunté cuánto tiempo puede durar una sonrisa tan enorme. Deseé que toda la vida.

Recuerda que puedes apoyar este proyecto en patreon.com/karmenparroquin y obtener recompensas exclusivas (por ejemplo, los capítulos del mes impresos, intervenidos con dibujos y garabatos, y dedicados para ti).

Deja un comentario